viernes, 26 de febrero de 2010

el sueño


Giró su cuello dificultosamente y con un gesto confundido me señaló sobre su panza uno de los soldados que, agachados y expectantes, adornaban su pijama asegurándose no dejar punto cardinal sin vencer. Luego me miró interrogante mientras bostezaba, extendió su mano hasta alcanzar mi cara y quiso decirme algo cuando un sonido fuerte de la televisión lo alarmó devolviéndolo a su rutinario silencio. Con la vista fija sobre el aparato y la cabeza en mi pecho balbuceaba imitando las voces que oía y se reía agitadamente si el personaje lo invitaba. Yo lo observaba en silencio, fascinada por sus gestos de sorpresa y desconcierto, asombrada por su capacidad de concentración y quietud. Tuve que estirar mi brazo para alcanzar el teléfono que sonaba sin distraerlo sobre la mesa de al lado de la cama, con un gemido me pidió silencio por lo que tuve que pararme sin descuidar su cabeza que acosté sobre una montaña de almohadas y me ausenté de la habitación. Cuando regresé, al cabo de cinco minutos con una taza de leche en la mano, lo encontré dormido, en posición fetal y con los puños apretados. Dejé lo que traía sobre un mueble cercano y procuré entonces apagar el televisor e intenté vanamente luego alzarlo para llevarlo hasta su cama; entonces me acosté a su lado sobre el borde del colchón y pasé mi brazo por debajo de su cuello ofreciéndole comodidad. Lo sentí respirar alterada y ruidosamente mientras su pecho se elevaba y bajaba veloz. Afuera llovía y las gotas golpeaban el techo insolentes pero sin despertar a quien yo cuidaba. Mis ojos miopes podían distinguir, cansados, el contorno de su perfil; veía su entrecejo rígido, su boca inquieta. Mis párpados poco a poco cedieron presagiando una larga noche y creo que dormí un instante hasta que su voz me despertó. De pronto él me sacudía con entusiasmo y con fuerza mientras temblaba con la piel húmeda y fría. -¡Los soldados, están llegando, los soldados!- me gritó con los ojos abiertos de par en par. Intenté calmarlo explicándole que tan sólo era un sueño, nadie quería lastimarlo, era producto de su cabeza. Convencido de su visión me abrazó fuerte mientras repetía, incansable, que los guerreros estaban armados y se acercaban a él. Encendí el velador y le mostré que estábamos solos y con dulzura lo invité a dormir sobre mi pecho. Me miró conforme y le prometí no apagar la luz hasta que saliera el sol. Entonces volvió a su calma y cerró los ojos aliviando su entrecejo y rascando su cabeza. Acaricié su brazo hasta oír su leve ronquido y lo imité entregándome al sueño. Ya dormida pude verlo señalando con sus manos diminutas su panza y me desperté ansiosa para observarlo. Se reía hermosamente en visiones oníricas y sin abrir los ojos dijo que le molestaba la luz. Entonces apagué el velador, esta vez con la certeza de que ningún soldado iba a escaparse de su pijama.

1 comentario: